Identidad robada, una historia que pide a gritos ser contada

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Joel Edgerton firma su segunda película como director y tomando una historia real, se acerca al mundo de la homosexualidad. Centra su atención en las terapias o pseudoterapias vigentes en la actualidad de numerosos estados de Estados Unidos, cuyo único fin es curar a aquellos que sienten atracción física por los de su mismo sexo.



Refleja una religiosidad estricta y rancia, predominante en eso que se ha dado en llamar la América profunda, dónde gays y lesbianas son tratados como enfermos; pecadores que alejándose de las enseñanzas del Señor, han de ser guiados de nuevo por el buen camino.

Internados en un centro difícil de calificar, un grupo de homosexuales van a padecer los grotescos tratamientos del director del mismo, interpretado por el propio Joel Edegerton. No faltaran humillaciones de todo tipo y condición, abonados por un sectarismo que provocará la reacción del protagonista (Lucas Hedges), que se niega a ser conducido como un borrego hacia la anulación completa de su personalidad. 

Así, cansado de comportarse como un hijo modelo para sus padres y viviendo una vida que no le satisface, el joven Jared (Lucas Hedges), a punto de ingresar a la Universidad, decide confesarles su homosexualidad a sus padres, Nancy (Nicole Kidman), ama de casa y Marshall (Russell Crowe), un vendedor de autos que además es un pastor evangélico.

Jared acepta ingresar a Love Action, un programa de conversión que dirige Victor Skyes (Joel Edgerton), donde en un inicio Jared parece sentirse cómodo, pero de a poco empieza a darse cuenta de los peligrosos métodos que el programa sigue.

Edgerton narra de manera correcta y sensible los hechos de la historia, centrándose en la mayor parte en acompañar a Jared en su trayecto, donde las interpretaciones de su elenco aportan una de las virtudes del relato. Edgerton sigue mostrando su buena mano como narrador, ahora con una historia real.
 
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