Te quiero, muérete, el documental más duro y polémico de HBO

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Alguien dijo una vez que la realidad siempre supera a la ficción, y lo cierto es que no solo la supera, sino que puede llegar a ser mucho más perturbadora. En verano de 2014, el joven estadounidense Conrad Roy se suicidaba llenando su coche de monóxido de carbono con la absoluta intención de acabar con su vida. Tenía 18 años. 



La noticia de su muerte acabaría ocupando la portada de todos los periódicos cuando se supo que su novia, Michelle Carter, le había animado a hacerlo mediante varios mensajes de texto.

Según se extrajo de las conversaciones mantenidas por Roy y por su novia, de 17 años de edad en el momento de la muerte del joven, la víctima había informado a Michelle de su intención de suicidarse, algo que habían hablado en numerosas ocasiones con anterioridad.

"Dices que lo harás, pero nunca lo haces. Siempre será así si no actúas. Estás haciéndolo más difícil. Simplemente tienes que hacerlo", le respondía ella.

El caso fue objeto de una investigación por parte de la policía y posteriormente acabaría celebrándose un juicio contra la joven por su responsabilidad en el suceso, acusada por homicidio involuntario.

En el juicio se tomaron en consideración múltiples mensajes de texto, correos electrónicos y llamadas y videollamadas telefónicas mantenidas por Carter y Roy. Este último había tenido series problemas de salud mental y había trasmitido a los profesionales que le habían tratado su interés por quitarse la vida. 

Ahora, sale a la luz el nuevo documental de HBO, I Love You, Now Die (Te quiero, muérete), que ha generado muchísima polémica en las redes. El documental explora en dos partes una situación tan terrible que parece imposible observarla de forma objetiva. Ella es culpable; él es un simple peón de su maldad.

Pero lo que hace Erin Lee Carr, la directora, es introducirse en las rendijas del caso para descubrir a dos seres frágiles, viviendo una existencia en la que no parece haber luz de ningún tipo. 

Si en la primera entrega parece harto dudoso que cualquier ser humano pueda sentir empatía por la ‘inductora’ del crimen, en la segunda, cuando el espectador empieza a descubrir a Michelle y se olvida de los mensajes, de la condena mediática y del terrible desenlace (aunque esto último sea imposible), se da de bruces con una realidad imposible: la de la víctima que asume su papel verdugo porque cree que no puede ser otra cosa.
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