Jueves, 14 de marzo de 2024
La serpiente, la serie revelación de Netflix que ha cautivado al publico. (Foto: Netflix)

El thriller más impactante de Netflix está basado en hechos reales

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Se trata de una de la series de moda. Desde su aterrizaje en Netflix a principios de abril, su éxito no ha parado de crecer. Aunque no es algo que extrañe. Muchos se han quedado atrapados con esta coproducción entre BBC y Netflix centrada en la historia real del escurridizo asesino en serie Charles Sobhraj.

La miniserie de ocho episodios se centra en la vida de Charles Sobhraj, un inteligente asesino en serie que acabó con la vida de varias personas a mediados de los años 70 en Asia, suplantando sus identidades siempre que le ayudaba a escabullirse de la justicia. De hecho, el mote de La Serpiente le llegó por esa pericia para seguir en libertad, mientras que su modus operandi también le valió el sobrenombre del Asesino del Bikini.

No se trata de una adaptación literal de su historia, ya que toma ciertas libertades para transmitirlos, pero es una adaptación que realmente funciona ya que repasa a la perfección algunos acontecimientos extrañamente desconocidos. 

Los asesinatos de Sobhraj salen a la luz en la serie de Netflix La serpiente, producida por la BBC. Actores y productores vuelven a abrir el expediente de este caso olvidado. La historia que cuenta Netflix va más allá. 

Charles Sobhraj fue detenido en Nepal en octubre de 2003. Resulta extraño que viajara a ese país en concreto, ya que Nepal es uno de los pocos países en los que todavía tenía una orden de detención pendiente. Un reportero de The Himalayan Times vio a Sobhraj en un casino, lo siguió durante dos semanas y publicó el artículo.

Esto fue una prueba suficiente para que la policía del país supiera dónde se encontrara y lo arrestara. Trece meses después, un tribunal nepalí lo condenó a cadena perpetua. Recibió esta condena por el asesinato de Connie Jo Bronznich, una mochilera estadounidense a la que había matado antes en Nepal. Sin embargo, los expertos sospechaban que Sobhraj se habría cobrado la vida de unas treinta personas.

Aun así, el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas consideró que el juicio en Nepal no había sido justo. Por ello, en 2014, Sobhraj tuvo que comparecer por segunda vez. Una vez más, fue declarado culpable. Y no sólo sobre el asesinato de Broznich, sino también de su compañero, Laurent Carriere. Por ello, Sobhraj recibió otra cadena perpetua.

Sobhraj sigue negando las acusaciones hasta el día de hoy. En una entrevista de 2016 con Vice decía que "las personas que fueron encontradas muertas eran drogadictos. Tal vez fueron... eh... liquidados por un cártel. Porque estaban traficando con heroína, quiero decir". En la actualidad, sigue detenido en la capital de Nepal. 

Sobhraj no cometió los asesinatos solo. A menudo le ayudaba su compañera de fatigas, Marie-Andrée Leclerc. La turista canadiense había ido a Tailandia en busca de aventuras, y Sobhraj sabía mejor que nadie cómo satisfacer esa necesidad. Leclerc y Sobhraj viajaron por Asia con pasaportes robados o falsificados y, para ganarse la confianza de los turistas, se hicieron pasar por joyeros y narcotraficantes.

Aunque no era una chica inocente, las autoridades señalaban, a menudo, que se trataba de una chica inestaba que se enamoró perdidamente del sociópata, que le arrastró a su vida de asesinatos y crímenes. 

Leclerc fue finalmente detenida por el asesinato de Avoni Jacob, un académico judío. Leclerc había visto cómo Sobhraj lo estrangulaba en una habitación de hotel y luego huía con su pasaporte. Cuando en 1983 se descubrió que Leclerc padecía un cáncer de cuello de útero, se le permitió regresar a Canadá. Escribió un libro en el que afirmaba que nunca le había gustado Sobhraj y murió un año después a causa de su enfermedad.

Otra de las patas importantes de esta serie es Herman Knippenberg. El diplomático holandés en Tailandia localizó a los asesinos en 1975, después de que éstos mataran a dos viajeros holandeses. La autopsia demostró que los dos holandeses habían sido estrangulados y, cuando aún estaban vivos, les habían prendido fuego. La policía tailandesa quería deshacerse de los cadáveres, pero Knippenberg consiguió hacerse con muestras de las dentaduras de los asesinados. 


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